soy mamá

Sordera selectiva, por Magdalena Piñeyrúa

03 Oct 2020

Magdalena Piñeyrua

Es domingo de tarde en casa y mis dos hijos se bañan en la bañera. Solitos. Porque hay que bañarse y como un juego, sin apuro.

El padre, que es quien está a cargo, les pide que no tiren agua para afuera de la bañera, que no inunden el baño, que se porten bien. Y se sienta en el living a ver un partido de fútbol.

Yo en algún otro rincón de la casa también disfruto del preciado ocio y de ese inusual estado de independencia que reina en la casa. Todo parece en calma, los niños charlan y se ríen. Pero al rato y a lo lejos, entre las risotadas, escucho una frase que se distingue clarito entre el ruido del agua y el relato del partido. Alcanzo a escuchar perfectamente la voz de uno de mis hijos y tres palabras inquietantes: “guerra”, “de”, “agua”.

A pesar de que mi cuerpo de madre entra involuntariamente en estado de alerta, no actúo, espero un poco y agudizo el oído. Luego escucho como una catarata, olas, mareas, aullidos y el clásico ruido del agua chocando contra las paredes, como si un tiburón y un pulpo gigante estuvieran luchando en la bañera. O como si el Titanic se estuviera hundiendo en mi baño.

Ahí sí abandono mi paz y me acerco sigilosamente al jefe a cargo que sigue atento el partido. Como el ruido imperante casi no nos permite comunicarnos le señalo con el dedo índice la zona del caos y entre señas le pregunto si es consciente de lo que pasando en el baño.

Él me mira sonriente y también entre muecas y señales me explica la estrategia a seguir: “Como están muy divertidos estoy haciendo que no escucho nada”.

El recurso me encanta, adhiero. Le levanto el pulgar casi aplaudiéndolo y vuelvo sobre mis propios pasos hacia mi cuarto.

Me podría dormir una siestita capaz. Cómo me gusta la sordera selectiva.

 

Por Magdalena Piñeyrúa