soy mamá

No estoy llorando, por Magdalena Piñeyrúa

12 May 2016

Magdalena Piñeyrúa

Mi hijo chiquito llora desconsolado mientras tuerce la boca en un puchero, con la cara roja y sus lágrimas del Niágara empapándolo todo.

Entonces yo, lúcida y eficaz, saco de mi galera la batería de herramientas habituales para el caso.

El mecanismo es casi automático y el objetivo muy claro: ocuparme de la situación y solucionarla.

¿Está enojado? ¿Se lastimó con algo? ¿El hermano le habrá pegado? Ahhh… se acaba de levantar de la siesta, es eso… ¿O no le gustó la comida? ¿O quiere el plato rojo, y justo le di el amarillo? “¿Querés agua, mi amor? ¿Qué pasa? No llores más. ¡Mirá quién está en la tele… qué divertido! ¿Querés que mamá te cuente a dónde vamos a ir mañana?”.

No, no hay caso, nada le viene bien, el llanto sigue y sigue. No hay forma de sacarlo, o de distraerlo.

“No llores… ¿querés seguir durmiendo? ¿Querés que mami te lleve a la cama?” No, no quiere, quiere postre. Pero no manzana, ni banana, ni el merenguito con dulce de leche que acabo de sacar de abajo de mi manga. Quiere pero no quiere. Mis espejitos de colores no están funcionando y me empiezo a desesperar.

“¡¿Pero qué es lo que pasa?! ¿Por qué estás llorando así? ¡Si no me decís no puedo ayudarte!” Él me explica a los gritos que no está llorando mientras las lágrimas le entran por la boca y me dice enojado: “mamá mala”.

Entonces, cuando estoy a punto de decirle “¿Querés que mamá sea mala en serio?” me doy cuenta. Hoy no necesita de mis trucos y malabares, no quiere negociar ni ganarle al hermano, no busca llamar mi atención ni mejorar su alterativa de postre. No quiere que le ponga una curita ni que le ofrezca todo el oro del mundo.

Sólo quiere una única cosa: un largo, fuerte y silencioso abrazo. Para poder llorar tranquilo en los brazos de mamá.