Se acerca un nuevo comienzo y no puedo evitar recordar aquel primer día de clases de mi hijo mayor.

En ese entonces tenía cuatro años, y acabábamos de dejarlo solito en su nueva clase  cuando se suscitó el siguiente diálogo entre su padre y yo:

Yo.- Viste qué divino cómo se quedó…

Él .-  Sí… quedó contento…

Yo.- ¿Viste la carita que ponía? Los ojos estaban más enormes que nunca…

Él.- Sí. Vas a ver que le va a ir bárbaro.

Yo.- Sí, le va a encantar, estoy segura…

Él.- Sí…

Yo.- Mi chiquito… estaba tan lindo y prolijito… ¿Viste que estaban todos los niños como pegados a los padres?

Él.- Sí, es cierto.

Yo.- ¿Y viste cómo él me agarraba la mano al final, antes de que nos fuéramos?

Él.- Mi amor… me parece que no te diste cuenta, pero la que no le soltaba la mano eras vos.