decoración

Levar anclas para zarpar, por None Fossati

23 Feb 2022

El sueño de la posada en la playa: cambiar de ciudad, comprar una casa, reformarla entera, decorarla, darle una impronta propia, singular, y materializar el concepto en el que uno ha soñado vivir. Parece idílico, pero implica una fuerte capacidad de sacrificio y determinación. En la nota anterior me inspiró la metáfora de hablar del diseñador de interiores como una suerte de director de orquesta, que acompasa los trabajos de los proveedores. No es que viva hablando en metáforas, pero en esta me surge la idea de que mudarse de Montevideo a la playa, con un proyecto tan incipiente, fue como cuando un navegante sale a alta mar, ese instante íntimo y preciso en que leva el ancla y decide aventurarse en una travesía por aguas desconocidas.

 

Era un momento incierto y, como tal, estimulante y riesgoso. Decidimos apostarlo todo, embarcarnos en un proyecto ambicioso: mudarnos a La Barra, cerca de la playa en la zona de Montoya, y crear un hotel totalmente ajeno al estilo del lugar.

 

El sueño de hacer una posada lo tuvimos desde siempre, solo teníamos que encontrar una manera viable de concretarlo. El recorrido fue largo, cargado de interrogantes y alternativas, hasta que una tarde de domingo, un poco de casualidad, encontramos esta casa que tan bien se ajustaba al plan. Un chalet encantador, intrincado, de tres pisos, a pocas cuadras del mar entre los bosques de pinos.

 

 

Apenas habíamos entrado y ya visualizamos el final. Una vez que la obra estuvo en marcha, constatamos que quienes la visitaban nos miraban con un aire cierto de sorpresa, de duda, de estupor. Una vez más constaté esa visión que te proporciona el trabajo de diseñador, la capacidad de ver el resultado mucho antes de que el trabajo esté terminado.

 

Inspirados en los clubes de caballeros ingleses del siglo diecinueve, diseñamos una gran biblioteca que creaba un ambiente robusto, solemne, de descanso, pero no playero. A partir de allí, surge el resto de la decoración. Para vivir las sensaciones hay que recorrerla; la recepción revestida de libros donde generalmente suena jazz y hay olor a madera, el comedor donde se sirve el desayuno y predomina el olor a café combinado con las medialunas recién horneadas y el pan tostado.

 

Cada habitación es diferente, pero todas tienen la misma impronta en el diseño: paredes revestidas, colores neutros e iluminación tenue. Los baños son una suerte de antiguos baños neoyorquinos, que nunca pasan de moda.

 

La obra fue muy intensa, trabajosa, de una casa con tres habitaciones y guardilla, pasamos a una posada de cuatro habitaciones en suite, con recepción, comedor y cocina con servicio. Levantamos techos, tiramos paredes, cambiamos cañerías y, mientras tanto, íbamos discutiendo y concibiendo hasta el más insignificante detalle de la futura decoración. En el medio, atravesamos temporales, fuerte viento, grandes olas, el barquito zozobraba, pero nos aferramos al timón y nunca cambiamos el curso. Abrimos la posada en los últimos días de diciembre de 2016. Fue como llegar a puerto. La posada estuvo colmada todo el verano, los huéspedes valoraron cada detalle y disfrutaron a la par nuestra de su estadía. Levar anclas y zarpar hacia un nuevo rumbo valió la pena.