confesiones

mujeres de montevideo: María

26 Feb 2019

“Soy de Montevideo pero durante más de diez años pasé los veranos junto a mi familia en Punta del diablo. Yo estaba casada y mi esposo tenía casa allí, mi hija era chiquita y nos íbamos todo el mes de enero para allá. Se había armado un grupo súper lindo de veintitrés niños que compartían ese tiempo juntos cada verano. Evidentemente los mayores los vimos crecer y como padres nos permitió afianzarnos y armar distintas actividades con ellos, desde bailes de disfraces y actividades de educación física hasta meriendas compartidas.

No había celulares o la señal llegaba muy poco, vivíamos bastante aislados esos días de verano y disfrutábamos así.

Le llamaban El Borro de Punta del Diablo, nuestras casas de colores estaban sobre terreno fiscal y a cincuenta metros de la playa de La viuda, por eso se empezó a escuchar entre los vecinos que había intenciones de derrumbarlas para abrir caminos y legalizar la zona. Empezaron las reuniones para plantear la intención de regularizar la situación, pagar impuestos y comprar los terrenos, sin mucho éxito. En nuestro caso la casa se vendió antes de ser derribada.

El padre de mi hija se la había comprado a unos pescadores e inicialmente era un ranchito que lo fuimos levantando casi desde cero.

La venta se hizo para desprenderse un poco de una historia y de algo que sabíamos que estábamos perdiendo. Yo dejé de ir a Punta del diablo después entonces y nunca volví hasta este verano cuando una amiga me hizo una invitación. Mi hija fue hace unos años y me dijo que no le gustó y que no encontró nuestra casa cuando la buscó. Para mí era un desafío volver, pero me animé. Una vez allí, estábamos dando vueltas por la zona con mi amiga y decidí enfrentar la situación y descubrir qué había en ese terreno. Al irme acercando la sensación de todas las vivencias de mi pasado allí empezaron a aflorar de a poco. Cuando por fin estaba frente a los terrenos, me sorprendió ver que no había más que plantas y pasto descuidado. Miré para un costado y vi un rancho muy parecido al nuestro, la sensación fue de emoción y de temor, pero miré de nuevo y me di cuenta de que no era el mismo. No quise acercarme mucho más. También me di cuenta de que la calle que en su momento se había planeado construir, no existía.

Fue una experiencia que me movió mucho. Me di permiso a que se me cayeran varias lágrimas. Me pregunto ¿Cuál fue la intención real? ¿De verdad estaba planeado hacer esas calles para facilitar el paso o fue sólo por sacarle la oportunidad a la comunidad de regularizar sus situaciones y poder mantener eso que durante muchos años había estado en nuestras manos?

Son muchas las preguntas que me surgen, puedo decir que luego de volver con mi amiga este verano encontré un Punta del Diablo diferente, más avanzado. Por un lado me sentí perdida, pero por otro lado veo muchos aspectos positivos, como los lindos boliches y bares y el mayor movimiento.

Yo me sentía parte de esa comunidad y como madre se me permitió vivir con mi hija lindos momentos, vincularnos con otros y compartir. Diez años después me sigo cuestionando qué fue lo que pasó,  ya que se tiraron más de diez casas pero los caminos nunca se hicieron.

Ahora puedo hablar de este tema que me costó mucho tiempo afrontar. Fue todo un proceso pero ahora puedo expresarme y charlarlo con mi hija, recordar junto con ella a las personas que nunca más volví a ver y compartir las vivencias que quedarán en nuestro corazón para siempre”.

 

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