confesiones

Amor por las verdulerías, por Mery Bernardi

14 Nov 2022

De chica, mi familia cultivó la costumbre de ir una vez por semana a una viña donde Camelia, un señor grande pero guapo como el solo, nos proveía de frutas y verduras para toda la semana. Él era medianero así que todo era un trueque: no existía la plata de por medio; él vivía con su familia en ese campo hermoso con una casa grande y antigua a pocos km de Nueva Helvecia, y a su vez trabajaba la tierra. Así que siempre, comimos todo de estación porque eso sí que era producción orgánica. Se comía lo que había. A veces atacaban las plagas o los hongos y no había lo que hacerle más que algún remedio casero que la esposa de Camelia inventaba. Nosotros éramos una familia de 6 integrantes y siempre queríamos ir todos a la viña, ya que era una experiencia única y divina.

 

Así mismo, veraneamos toda la vida en Costa Azul de Canelones y allí teníamos nuestra verdulería predilecta; todos los viernes íbamos a Bello Horizonte y comprábamos en ese puesto/verdulería que era atendida por sus propios dueños. Padre, madre e hija (pocos años mayor que yo) trataban a todo el que fuera con dulzura, amabilidad y paciencia. Amaba ver esa variedad de productos frescos, recién cosechados. Elegir y pesar lo que nos íbamos a llevar. Anotaban en un papelito largo y fino cada precio y al final, la cuenta se hacía mental. Siempre quería ser esa niña que estaba del otro lado del mostrador que a pesar de su corta edad, ayudaba a sus padres a la par, trabajando de sol a sol. Ponían confianza ciega en ella y yo, la admiraba. Ella atendía, servía, aconsejaba, pesaba, anotaba y cobraba. Su mamá siempre revisaba las cuentas antes de cobrarnos pero siempre, siempre estaba perfecta. A mi modo de ver, ella jugaba a vender pero de verdad. Siempre feliz y con una sonrisa. Aportando a su clan, ayudando, creciendo con responsabilidad y rodeada de productos frescos y sanos. Nunca supe su nombre y debe hacer quince años que no la veo. Pero tengo su rostro grabado en la mente y para mi siempre ha sido un ejemplo de vida, de responsabilidad y de amor por lo que uno hace.

 

 

Las verdulerías, la feria y los mercados tienen eso… es la madre tierra a nuestro alcance, la naturaleza en toda su expresión y muchas veces, es el lugar donde miles de personas de ciudad, tienen su encuentro más cercano con el campo. Con la tierra de las papas o los bichitos de la lechuga. Cuando uno genera costumbre de comprar en verdulerías, nace una relación de confianza con el/la verduler@. No solo ayuda a que esas familias que viven de estas pequeñas empresas prosperen, si no que también fomenta la cadena productiva cuidada y sustentable. Siempre es bueno preguntar de dónde viene eso que venden… si es de productores orgánicos o de los otros (los que usan insecticidas, productos agro-tóxicos, transgénicos, etc).

 

También es importante comprar frutas, hierbas y verduras de estación. Comprar y consumir local. Hacer recetas con lo que hay fresco y no con productos congelados.

 

A mi me pasa que cuando encuentro una que tiene de todo, no me dan los ojos. Huelo como un perro y miro, toco y miro todo. Me dan ganas de elegir un poco de todo y traerme a casa para cocinar, probar y comer. Y no les voy a mentir… cuando veo productos frescos como el maracuyá o la yuca, por más que no sean productos de acá, me dan ganas de saltar de la emoción. Ver que hay tanta variedad de materia prima y que todas y cada una son posibilidades para cocinar algo rico, para comer diferente, para absorber nuevos nutrientes, me pinta sonrisas en la cara. Y cuando el olor a frutillas es tan fuerte que distinguís perfecto donde es que esta ubicado el cajón, es porque estas en el lugar correcto.

 

 

Feria o verdulería, acostumbrarse a comprar a estas personas que saben lo que venden es maravilloso. Dejar de comprar fruta y verdura de “plástico”. Hace la prueba y vas a ver que no te vas a arrepentir. Proba una, otra y otra hasta que encuentres la que buscas. La que te de confianza. ¡Te va a encantar!