soy mamá

5 especímenes típicos de nuestra fauna playera, por Magdalena Piñeyrúa

04 Jan 2021

De agua quieta, con olas, urbana u oceánica. Sea en la playa que sea siempre podremos encontrar ejemplares típicos que se destacan en el ecosistema de nuestras arenas nacionales.

Pero ojo, hoy no me detendré en el colaless de orilla, en el chico fitness, en la pareja melosa que comparte la esterilla, o en la falsa lectora que hace topless boca abajo.

Este análisis hace foco, específicamente, en la identificación y detección de esos especímenes de padres y madres veraniegos que cohabitan junto a sus crías en nuestras playas.

 

La embarazada soñadora

Ella camina soñadora por la orilla mirando el horizonte, con su pelo y su enorme panza al viento. Es primeriza y se nota. Sus manos acarician suavemente su redondez y sus tobillos hinchados giran danzantes entre la espuma.

Por suerte para ella su conexión con su estado es tal que está ajena a todo lo que la rodea. No ve las cianobacterias en el agua, el envoltorio de helado que algún cerdo humano dejó tirado en la arena, el nene que hace pis parado en la orilla, el desubicado señor que trata de pescar en el medio de la multitud…

Y lo mejor de todo: no ve a esas madres recientes que corren por la playa tras sus pequeños indios, poniendo gorros, recolocando protector, juntando baldecitos o simplemente rescatándolos de entre las olas. Una especie de visión apocalíptica de lo que serán sus próximos veranos.

 

Los blancoteta

Tanto padres como hijos destacan entre los playeros por su blancura encandiladora y ese aire de sapos de otro pozo que los delata.

Su lugar preferido en toda la playa es su propia sombrilla, lugar que jamás abandonan y donde atesoran cuidadosamente todos sus dispositivos electrónicos.

Sólo levantan la vista de la tablet y del celular para untarse el bloqueador solar factor mil quinientos, o tomar agua en sus botellitas con filtro.

La verdad nadie sabe para qué van a la playa, ya que en realidad la odian y sobre todo detestan la arena. Prueba de ello es que no se sacan la sandalia de tiras ni para ir hasta la orilla.

Si dejan por un rato el bunker y deciden salir al sol, suelen ser el centro de todas las miradas por la cantidad exagerada de ropa que llevan puesta. ¡Treinta y cinco grados, querido! ¡Sáquese esa remera de manga larga y tírese al agua, que nos hace sufrir a todos!

 

El papá animador

Santo querido, háganle un monumento a ese padre incasable que ronda nuestras playas, animador nato de niños propios y ajenos.

Barrena olas con ellos, les enseña, los sube a la tabla, los empuja, y hasta les cura los raspones.

Al rato pone manos a la obra y te levanta un castillo de arena de tres pisos, con puente levadizo y catacumbas. ¡Qué poema verlo rodeado de pequeños ayudantes pero haciendo él todo el trabajo, incluidos los cuarenta viajes a la orilla, con baldecito y regadera en mano!

A eso sumale la paleta, el tejo, la pesca y la caminata aventurera en las rocas.

¿El resultado? Un padre agotado, calcinado por el sol, con dolor de espalda, pero feliz.

 

La mamá vigía

Parece que está absorta en su libro, pero no lo está. Parece que está teniendo una cordial conversación con otra gente, pero no es así. Parece que está disfrutando plácidamente de esa postal del sol poniéndose sobre el horizonte, pero nada que ver.

Ella es la madre vigía. Ese espécimen playero al que ningún detalle se le pasa y todo lo ve.

La meta es no sacarles la mirada de encima a sus hijos ni por un segundo y a eso se dedica.

Mientras vigila con ojos agudos, de vez en cuando interrumpe su observación con órdenes gritadas de diversa índole.

“¡No te metas tan adentro! ¡Ojo no pises la aguaviva! ¡No te saques el gorro! ¡Cuidado la señora! ¡Soltá a ese vendedor de helados!”

Es una voz que suena irritante, constante y pareja. La banda sonora de cualquier playa familiar.

 

Los brasileros

En realidad son más uruguayos que el mate, pero tienen alma de brasileros.

Se mueven por la playa en grupos coloridos y ruidosos con una comodidad envidiable. Sin culpa, pudor ni limitación alguna.

Para lo único que usan la sombrilla es para proteger del sol su bien más preciado: la heladerita con la cervejagelada.

Rondan el hábitat playero de sol a sol, sin horarios prohibidos ni exceso de protector. No saben lo que es un gorro, pero sí una zunga.

Bajan livianos, sin carritos playeros ni tanta parafernalia. Los niños se cuidan solos, mientras los adultos lagartean, salen de caminata o juegan un picadito.

¡Quiero ser brasilera!